María Eugenia de Aparicio
Bajé despacio la escalinata del avión, esperaba ver los brazos levantados de mis padres y de Pastora. La emoción me confundió, movía las manos saludando a desconocidos que se asomaban de reojo por el ventanal del corredor. No vi a mi familia y mi sonrisa terminó en un gesto de intranquilidad, recorrí el pasillo con una sensación extraña en el pecho. Las maletas pasaron frente a mí muchas veces, con ansiedad apreté el gato de peluche que le llevaba a Jesús.
– ¿Es usted Elba del Castillo?
Supe que algo había pasado, llevé las manos al rostro y comencé a llorar. (más…)